Más allá de la tristeza, la depresión

En los últimos días, contemplo atónita la proliferación de artículos llenos de remedios para combatir la depresión post-vacacional, la depresión de primavera, los estragos en el estado de ánimo por el cambio de hora, etc. Francamente, me resulta asombrosa la facilidad con la que hemos pasado de ocultar avergonzados ciertos trastornos afectivos (desde el típico “no voy al psicólogo porque no estoy loco”), a ser todos profesionales de la salud mental (“voy a pedir la baja por depresión”, así, tal cual, con la ‘etiqueta’ ya puesta desde casa). Miedo me da pensar que algún día leer esté de moda y algunos descubran que durante cientos de años la melancolía fue musa de la genialidad. ¡Ay, si Hipócrates levantara la cabeza…!
Esto de jugar a ser psicólogos, por muy interesante que parezca, acarrea una serie de consecuencias negativas bastante más graves de las que somos conscientes. Por poner un ejemplo reciente, pensemos en la asociación implícita depresión – suicida/asesino que se ha venido haciendo en los medios de comunicación con motivo del aniversario de la tragedia de Germanwings. Me temo que hay más de un psicólogo frustrado en el gremio periodístico que ha decidido que padecer depresión te convierte en un peligro para la sociedad. Lamentablemente, la difusión de este tipo de ideas/creencias erróneas, además de ser una irresponsabilidad colosal, contribuye a que se siga manteniendo el estigma social con el que todavía hoy carga esta enfermedad.
Durante mucho tiempo, los profesionales hemos luchado para desmitificar la depresión. Hoy día, son ya pocos los que creen que es algo que solo le ocurre a las personas débiles e inestables, que es una enfermedad de adultos –especialmente mujeres- y no de niños porque carecen de preocupaciones, o que el tratamiento consiste en tomar pastillas para dormir de por vida o en salir a distraerse. La limitación que creo no terminamos de salvar, es la de seguir concibiéndola como una tristeza profunda y pocas ganas de relacionarse con gente, sin más. Supongo que esta visión reduccionista es la responsable de que nos auto-diagnostiquemos como deprimidos ante cualquier ligera disminución del estado de ánimo (aunque excepcionalmente algunos la equiparen con deseos de matar). Esto no es serio…
No quiero aburrir con el listado de síntomas que necesariamente deben estar presentes para poder dar el diagnóstico de depresión, pero sí me gustaría enfatizar que implica muchísimo más que sentir tristeza y necesidad de aislarse. Obviamente, los episodios depresivos pueden ser leves, moderados o graves en función del número e intensidad de los síntomas, pero estos no son solo de tipo afectivo, los hay cognitivos, conductuales, motivacionales y fisiológicos. Quizá algunos ejemplos sirvan para que seamos más conscientes de los cambios sustanciales que se dan en su vida a todos los niveles (personal, familiar, laboral), y del enorme sufrimiento que experimenta quien la padece.
Cuando me preguntan cómo se ve el mundo a través de los ojos de alguien con depresión y respondo que completamente diferente, suelo recurrir a un estudio para que se entienda mejor a qué me refiero. Hace unos años, se realizó un experimento en el que provocaban un estado de ánimo feliz o triste a unos alumnos mediante la escucha de una serie de piezas musicales [http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3298357/]. Estando en ese estado de ánimo, los llevaban fuera del laboratorio donde se veía una montaña y les pedían estimar la inclinación de la pendiente con diferentes mecanismos. Demostraron que, el hecho de escuchar una melodía unos minutos y sentirse un poco triste, era suficiente para estimar la pendiente un tercio más inclinada de lo que era en realidad. [¡Cuidado al escuchar a Mahler!: https://www.youtube.com/watch?v=Gxd8xB8wft8]
Ese estudio nos puede servir para hacernos una idea de cómo las emociones determinan en gran medida nuestra forma de ver el mundo, de percibir las dificultades, las soluciones, etc. Cuando alguien con depresión dice que lo ve todo ”cuesta arriba”, es porque realmente percibe lo que le rodea como más difícil, más ‘pesado’ de lo que lo vemos los demás y en realidad es. Imaginemos que tienen una especie de “filtro” negativo permanentemente encendido por el que pasa toda la información. Esto hace que, prácticamente todo lo que perciben, a lo que prestan atención, lo que recuerdan, piensan, deciden, etc., llega sesgado hacia los aspectos negativos. Su filtro no les deja ver, recordar o anticipar prácticamente nada agradable, de ahí que no puedan hacer un balance positivo de su vida en el pasado, que sientan un gran vacío en el presente, y que tengan pocas esperanzas puestas en el futuro. Obviamente, aunque distorsionada y poco esperanzadora, es su realidad.
Esas ideas y creencias negativas que se han ido forjando también se aplican a ellos mismos, por eso no es raro escucharles decir convencidos cosas como: «soy un fracasado», «todo lo hago mal», «no sirvo para nada», «no puedo soportarlo», «no le importo a nadie ». Esto, recalco, son sus creencias y no cosas que dicen sin pensar. Es lógico que, creyendo ese tipo de cosas, vayan restringiendo el contacto social, cesen actividades que antes les producían placer porque consideran que exceden sus recursos y ya no les satisfacen, y que manifiesten que les da igual todo (incluyendo que les da igual el hecho de que todo les da igual).
Creo que está claro que detrás de un “estoy deprimido” hay demasiado como para tomarnos esa ‘etiqueta’ tan a la ligera o para andar por ahí buscando remedios caseros. Detrás hay personas a las que el mero hecho de existir les duele, personas que creen que ya no pueden llorar más pero se sorprenden cada día haciéndolo, personas a las que les falta incluso la fuerza para desear no estar así… La depresión no es para nada una enfermedad de débiles o gente extremadamente sensible, es muy dura y muy dolorosa, ¡mucho más de lo que sentimos muchos al volver de vacaciones!, pero cuyo tratamiento psicológico tiene una eficacia muy muy elevada. Lo mejor que podemos hacer por nuestros seres queridos, si creemos que podrían estar pasando por un episodio depresivo, es animarlos a buscar un profesional que les ayude y guíe en el proceso. Sí, es un pozo para quien la padece, pero del que se sale con voluntad y la ayuda adecuada.
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A. Pilar Pacheco Unguetti
Doctora en Psicología, Psicóloga Forense, Psicóloga General Sanitaria y Experta en Psicología Clínica aplicada.
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